Escuela Municipal de Danza Isaac Albéniz: una institución, una comunidad.
Cuando pienso en la palabra “institución”, inevitablemente me viene a la mente mi segunda casa: la Escuela Municipal de Danza Isaac Albéniz. Allí he crecido, no solo como bailaora, sino como persona. Durante más de 15 años, he formado parte activamente de su espíritu, descubriendo no solo la belleza de la danza española, sino también el valor de pertenecer a una organización viva, con una estructura clara y un propósito común.
La escuela no es un espacio improvisado. Al contrario, está cuidadosamente organizada en diferentes niveles que responden al progreso y rendimiento del alumnado. Desde los primeros cursos de iniciación hasta los niveles más avanzados, cada etapa está pensada para acompañar el desarrollo artístico y técnico de los estudiantes. Este sistema de ascenso progresivo por niveles garantiza que cada alumno reciba la formación adecuada a su evolución, lo que permite a su vez un seguimiento cercano y personalizado.
Una de las metas más destacadas dentro de esta estructura es la posibilidad de formar parte del Joven Ballet, un grupo selecto que representa a la escuela en actuaciones y certámenes. Tuve el privilegio de pertenecer a él durante más de cinco años, lo que supuso para mí no solo una experiencia enriquecedora a nivel artístico que me adentro dentro del mundo profesional de la danza, sino también una gran responsabilidad institucional. Formar parte del ballet era representar los valores y la calidad de la escuela en cada paso y cada escenario.
Mi escuela como comunidad de práctica
Desde un enfoque más teórico, esta escuela puede entenderse como una comunidad de práctica (Wenger, 1998). En ella, un grupo de personas se une en torno a un interés común , la danza, y aprende colectivamente a través de la experiencia compartida. En este caso, profesores, alumnas y alumnos no solo aprenden contenidos técnicos, sino que desarrollan identidades compartidas, valores comunes y una forma concreta de entender y vivir el arte.
La escuela va más allá de ser un centro de enseñanza técnica. Es un espacio donde se cultiva el compañerismo, el compromiso y el amor por la danza. Aprendemos unas de otras observando, practicando juntas, corrigiéndonos con respeto, y celebrando los logros en grupo. Esa transmisión de saberes en comunidad hace que el aprendizaje sea más profundo y significativo.
La gestión que permite soñar (y bailar por el mundo)
Nada de esto sería posible sin una gestión sólida y comprometida. Contamos con una dirección y un profesorado excepcionales, que no solo velan por el buen funcionamiento interno del centro, sino que también nos abren puertas a un sinfín de oportunidades. Desde audiciones hasta campeonatos europeos, la escuela nos impulsa a salir más allá de nuestras fronteras y a soñar en grande.
Gracias a su apoyo, muchas compañeras y compañeros hemos tenido la posibilidad de formar parte de compañías profesionales, de protagonizar obras originales, o de bailar en escenarios internacionales, como por ejemplo en ROMA, donde la danza española brilló con fuerza. Esta mirada hacia el futuro, que combina disciplina, formación y proyección, convierte a la escuela en un auténtico trampolín para quienes desean hacer del arte su forma de vida.
Mi huella en la escuela (y su huella en mí)
Hoy, cuando miro atrás, siento orgullo. Orgullo de haber crecido en un entorno que me cuidó, me exigió y me acompañó. Gracias a ella obtuve grandes oportunidades de las que disfrute cada segundo. La escuela no solo me enseñó a bailar, me enseñó a trabajar en equipo, a perseverar y a confiar en el proceso. Es un ejemplo de cómo una institución educativa bien organizada, con objetivos claros y una comunidad comprometida, puede transformar vidas.
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